jueves, 13 de febrero de 2014

Tintiar

A veces hay un silencio delicado en este campus, una serenidad esparcida en el aire que aclara los ojos y desnuda la voz.

En él flotamos, a él nos debemos, es la niebla del pensamiento, la atmósfera delicada de los días de estudio.

Muchachos y muchachas, personas calladas, lentas parsimoniosas. De acá para allá, saben donde van, alguien o algo los espera.

Están abiertas las aulas, activos los laboratorios. Las oficinas de los profes rebosan confianza.

La U tiene las pilas puestas. La biblioteca borbotea. Los libros se frotan esperanzados en los anaqueles.

Hierve también la política, los temas van pasando de boca en boca. Los cambios, los proyectos, las expectativas. Y también los nudos ciegos, los traumas, las amenazas.


Entre tanto yo sigo también mis derivas. Mis Diálogos, la inminencia de mis cursos, mi escritura y lectura. Y las reuniones, gentes que me proponen encuentros. 

Me siento muy a gusto, casi feliz, pletórico diría, aún en medio de esa dulce melancolía que sazona mis días y sombrea mis horas.

Pero así soy yo, me digo, contradictorio, feliz y alicaído, tranquilo e inquieto. Cada uno es como es, dentro y fuera.

En estos días le oí a una maravillosa persona, la maestra María Teresa Uribe de Hincapié, un elogio precioso de la universidad. Ella dice: es el lugar para la igualdad, el aire perfecto para ser uno, otros y uno, otros con uno, todos los otros nosotros. 

Agregó: en la U he sido feliz, es el mejor sitio que se pueda imaginar.

Volví a la U después de esa charla con esa certeza. Se siente en el aire, la U es lo máximo. Y ella, amante de los tintos y el buen cigarrillo, me dijo que los mejores tintos se los ha tomado aquí.

Eso de los tintos en la U es toda una gracia. Punto de convergencia, lugar de encuentro, en el tinto se ventila todo: las dudas, los proyectos, los amores, las diferencias, las desgracias, los temores, las ilusiones.

Se tintea para la amistad y la ciencia, para la alegría y la pena, se sueña lo imposible y se planea sobre lo posible. Tanto que creo que hemos inventado ese verbo y lo hemos llenado de sabor: tintiar.

Tintiemos. Y la U se mueve con esos imanes. Se ven por esos lares los vicerrectores, tintiando ellos también, el Rector tintea parejo en sus reuniones y consejos. Tintean los revolucionarios, los reaccionarios, los mamertos, los nerdos, los iluminados, los obtusos, los buenos y no tan buenos, los comprometidos y los neutros.

Resulta que tintiar nos suaviza, ayuda a entender, disuelve los enconos. El café es fluido, humea las ideas, las deja mezclarse en pleno desvelo.

Con el tinto la gente se demora, se enamora de la U, se dedica a disolver oscuros temores. A lo que más miedo le tiene María Teresa Uribe es al miedo: lo ha estudiado, lo enfrenta, le opone su inagotable clemencia.

Me dice: el miedo es una de las madres de la violencia. Es rechazo, ataque anticipado, asedio y cerco para el miedo de los otros. Nos matamos para apartar el miedo a la muerte.

La universidad debiera inventar formas de vencer el miedo. Si bien él propicia a veces acciones liberadoras, por lo general estruja el alma y paraliza el entendimiento.

María Teresa Uribe me dice, hay que acorralar el miedo si queremos devolver la sangre a su cauce. Todos tenemos miedo, es una hermandad, hay que volverlo lúcido y conciliador.

Convendría desear que cuando nos desesperemos y la crueldad nos asalte y los fantasmas de la agresividad se insinúen, ahí están los tintos sosegados.

Su dulce amargor parece decirnos: lo que un café compartido no resuelva no existe, el tinto es la espesura, la suavidad comprensiva, el aroma dispuesto a envolver la razón.

Los muchos tintos compartidos escriben y guardan las historias de este mundo.

María Teresa Uribe me habla del paraíso que para ella ha sido la universidad y saborea feliz su cigarrillo y de su taza de café se levanta, gozoso, el humo de la realización en su delicada y sabia palabra.



[También publicado en el portal UdeA Noticias]

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