martes, 14 de octubre de 2014

Rector

Pensamos en alguien que tenga especial respeto por las palabras. Uno que las estime, las venere, alguien que sepa que con ellas vienen siempre hombres.

Y con los hombres alientos y voces. Personas cada una de ellas con un solo rostro y aires variados.

Alguien que sepa que hay que cuidarlas, atenderlas. Leer en ellas dónde va el hombre.

Alguien que vaya tras ellas, las recoja, las traiga. Las palabras no se pueden ir de la Universidad.

Menos aún fascinadas por lenguajes expertos, palabras fabricadas que suenan ajenas.
El peligro es la especialización, el artificio, lo exótico.

El pensamiento tiene que decir lo nuevo en palabras de todos. Aún las fórmulas y los números que son la memoria más antigua, la sencillez espléndida a la que responde lo abierto.

Un rector atento. Que ame escuchar, que se juegue sus días en comprender y así responder. Uno que no desdeñe exponerse, que no relegue el encuentro con las personas, esas palabras vivas, esas presencias curiosas e inquietas.

Alguien que no se abrume entre papeles. La letra fría de resoluciones y acuerdos.
Alguien que escriba la esperanza de todos. Que escriba, la rectitud del rector es su letra, su respiración.

Que uno le crea cuando invoque palabras extrañas. Que hable en otras lenguas, alguien culto y sensible, lector infatigable, inquieto hacia todos los saberes. Es su manera de acoger, recibir lo diverso. Alguien que dé la sensación de universo.

Que si dice innovación atraiga lo tradicional y le invite a dar un paso. Con la seguridad de que no será un salto al vacío.

Que cuando diga investigación sea porque se ha quemado las pestañas. Ha estudiado, le ha dolido, sabe y expresa lo que ha vivido por años.

Ese inspira respeto. Desde su alma de académico activo acogerá estudiantes, discernirá con sus colegas, se abrirá ante auditorios exigentes.

Ese rector nos hará sentir alegría: qué bien habla, qué certeramente se expresa. Sabe extraer su visión de su académica poética.

Pues la Universidad es una poética. Acaso más que una política que resulta más bien subsidiaria. Poética de aquel que cree que las palabras son fines y las frases puntos de imantación.

Alguien comprometido con la idea de que hay que saber y discernir, atreverse a pensar y desde allí inventar, innovar, crear.

No puede ser alguien que se canse oyendo, que no le gusten los auditorios. Qué falta hacen directivos académicos por todas partes. Abriendo círculos, recreando la conversación en todas las mesas.

Hasta ahora, los rectores conversadores brillan por su ausencia. No les gusta casi dialogar o si lo hacen es con libreto. O no tienen tiempo. Qué bueno sería un rector que tuviera tiempo. Uno que no se deja absorber por el lobby.

Cercano a la gente. Cálido en sus maneras y dulcemente expresivo. Un rector serio, aplicado, exclusivo. Que esté más aquí, porque con todo y que la universidad está en todas partes, está sobre todo donde respira, cerca al corazón, dentro de su ciudad y sus aulas.

Casi nadie sabe lo que hace un rector. No hay una pedagogía de eso. Ese saber se muestra cuando el rector actúa de cara a la gente. Ese rector no sentirá pena de vacilar, equivocarse ante los otros. Pensará en voz alta, arriesgará sus ideas. Y con los otros construirá decisiones.

Será frágil, dará la imagen de estar vivo. Reirá, asentirá, discutirá. Todo entre los otros. Estará dispuesto a corregirse ante ellos. 

A todos nos dará gusto pronunciar su nombre. Queremos un rector a quien provoque llamar. Con la certeza de que responderá, no se esconde detrás de nadie, no se evadirá en una máscara.

Ser rector, más que una investidura es una postura, para mostrarse, ser reconocido.
Podremos entonces señalar con el dedo. Decir, es él, y acercarnos, infundirá cariño y confianza, nadie se atreverá a intimidarle. 

Alguien que salude, alguien que dé la cara. Uno que diga, estoy aquí, en este mi cuarto de hora. Tendrá su tiempo para entregarlo a los otros y en todo lo que haga dará las gracias.


[También publicado en el portal UdeA Noticias]