martes, 4 de noviembre de 2014

Saúl

Yo me pregunto: dónde van los recuerdos cuando asoma la muerte. ¿Y es que acaso van a alguna parte? Presumimos que no, ahora que creemos que morir no es un irse.
Pues no hay sino aquí, y no es vivir un ir pasando. Sería ya hora de decidir volver.

Hacerse un sitio, abrir espacio, darle lugar a todo.
Está el recuerdo. Comprendemos que vivimos dos vidas, la que llevamos y la que nos lleva. Ellas se nutren, se dan una a otra luz y cobijo.
Por el recuerdo nunca estamos solos. O más bien valdría decir, es bueno estar solo para dejarse poblar y llamar y encontrar.

El recuerdo es un acuerdo. Entre dos como mínimo, para vencer a la muerte o reducirla.

Pues el recuerdo es un resucitar. Esa maravilla nunca se agota, no vive de nosotros sino en nosotros. Acaso por mis años me he vuelto sensible a eso: recordar es vivir, intensificar la existencia, purificarla.


Se recuerda con todo el cuerpo. Proust decía que los pequeños dolores anuncian recuerdos. Una posición inhabitual trae consigo una imagen, alguien, algo. Y es allí, en ese momento, cuando uno se puebla.

Si Dios existiera diría que su mayor don es el recuerdo: dos vidas juntas, la una espejo para la otra. Una vida para hallar y otra para reconocerse.

No deja de conmoverme que pueda volver a ver a alguien. El tiempo se pierde inexorablemente, la muerte lo atrae. Y de pronto, milagro, el recuerdo le cobra a la intrusa su terrible osadía.

Y volvemos por él a nacer. Más no en soledad sino con otro, pleno y completo, mejor aún, inmortal.

El recuerdo nos devuelve a los otros en su sustancia. Eso creo, en eso pienso. Ahora que acabo de regresar del encuentro dedicado a Saúl. Lo organizó la Universidad, para la familia y los amigos. 

Y lo volvimos a tener. En el evento hubo palabras, gestos, silencio. Y también las imágenes de Saúl, sus palabras escritas y su rostro. 

Y mientras otros lo traían me dejé llevar por mis recuerdos. Para anteponer algo mío, un muro frágil. 

Saúl Sánchez fue profesor mío. Así me gusta decirlo, pues no solo asistí a algunas de sus clases sino que ellas me despertaron. 

Era un tiempo en que en la Universidad se estudiaba marxismo. Con una forma que poco leía.Y en un ambiente así llegó Saúl. Él se definía a sí mismo como lector. 

Aquellos escritos en que temblaba la pasión y rebosaba la inquietud, eran devueltos por él a la serenidad y el enigma. 

Empezaba a leer y las frases se iban desnudando, como si recuperasen su parquedad y aquietasen su aliento.

Entonces la clase se demoraba, el ambiente se empobrecía. Y me gusta eso de la pobreza. Pues lo escrito no decía sino lo que decía. 

Saúl no daba lugar a entusiasmos ligeros. Todo era sigilo, concentración, el suyo era un magisterio del ver y el oír. Como si los pensamientos pidiesen ser sentidos.

Fuera quedaban los sentimientos, las pasiones, las emociones, los propósitos, las intenciones. Saúl decía que todos eso ponía anteojeras. Los sentidos aguzados, casi neutros, daban a ver entonces un sentido. 

Recuerdo que el paso de Saúl por esa cátedra fue efímero. Pudo más el enardecimiento. Lo que propuso leer fue la Introducción a la crítica de la economía política de Marx. Avanzamos unas cuantas páginas. De la mano de Saúl la lectura era lenta, minuciosa, paciente. 

A mí Saúl me enseñó a leer. Hoy escuché a varios de sus amigos decir lo mismo. Con él se trataba de aprender eso. ¿Qué era eso? Ahora lo comprendo: no otra cosa que una reverencia, un respeto, una atención. 

Merece la pena aprender a sentir. Y quizás a partir de allí comprender. La suya era una inteligencia sensible, y quizás por ello tan amorosa. 

Leer es recordar, el recuerdo es una lectura. Y todo el tiempo y por doquier llegan signos.

Como me llegan ahora a mí. Casi no fui amigo de Saúl, pero ahora sentí, como un ademán del recuerdo, la nostalgia de no haber estado más cerca suyo. Pues pasa eso con el recuerdo. Uno lamenta no haber tenido más tiempo. Para escuchar. Y responder, y preguntar otra vez.

El recuerdo abre de nuevo la pregunta. Y leo en mí y me inquieto. Siento tristeza por la muerte, me somete a no volver a oír. Y si los muertos oyeran, le pediría a Saúl que me oiga cuando le digo, te extraño, hoy sentí la saudade de no haber podido estar más cerca tuyo.




In memoriam, Profesor Saúl Sánchez Giraldo


[También publicado en el portal UdeA Noticias]

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