viernes, 30 de enero de 2015

Tienes que empeñarte. Decirlo muchas veces si es necesario. Seguirlo paso a paso en todas tus letras. Sabes que es juntando letras. Aunque no haya sonidos. Y nada ni nadie sepa qué hacer si no llega. Tú solo. Una y otra vez. Cada día se hará más oscuro. Te guiará el vacilar de tus pasos. Y no te perderás. Y no buscarás ya nada. A no ser tu estrecha simpleza. Y entrarás. Y no habrá vacilación ni añoranza. Tú en ti. Sin saber si eres tú o alguien que aguarda. En un momento sabrás. Escucharás. Responderás. Un solo momento. En un único punto que ya no amenaza. Pero no tienes por qué saber. Ni el quién ni menos el cuándo. No puedo decirte dónde sea. Un espacio. Un lugar mínimo. Discreto. El lugar de no irse ya más.


Pensabas que llegarías. Pero no tiene que ver con llegar. Es más bien mirar hacia atrás. No hay nada. El único camino es la oscuridad. Viene hacia ti. Se va abriendo solo. Y entra en ti y tú también entras. El espacio se va reduciendo. En un momento serán tú y él un solo punto y una sola cosa.


Pero acaso no sabes nada del dolor. Y no has vista a nadie sufrir. Te alejaste. Te apartaste. Cómo pretendes de ese modo llegar. El dolor es la puerta. El pasillo. El dolor te espera en el fondo del patio.



No te queda más que escribirlo. Anotando lo tocarás. Y al sentirlo será un solo rostro. La cara por dos lados. Tu anverso y reverso. Tu y eso. Ahora dentro de él y con él. Y lo dirás. Con una sola palabra. Nada efímero. Nada que sea como la eternidad. La palabra discreta de una única vez. Las sílabas teñidas de saliva y de miedo.

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